Santiago, Chile – A pesar de enfrentar desafíos significativos desde 2022, la viticultura chilena continúa mostrando su capacidad de adaptación. El Cabernet Sauvignon, uno de los cepajes más emblemáticos del país, ha registrado una disminución en su producción desde 2021, con una caída adicional del 8,1% en 2024 en comparación con el año anterior. Sin embargo, esta reducción no es un signo de debilidad, sino de ajuste y reestructuración en respuesta a las nuevas realidades climáticas y del mercado.
Los ajustes en otras variedades también reflejan este proceso de adaptación. La producción de Pedro Jiménez ha caído un 37%, mientras que el Syrah y el Carmenere han visto disminuciones del 21% y 18,6% respectivamente. Sin embargo, estas cifras son parte de una estrategia más amplia para diversificar la producción y enfocarse en cepas que pueden ofrecer mejores rendimientos bajo las condiciones actuales.
En el Valle de Limarí, aunque la sequía ha impactado la producción de Moscatel de Alejandría, los productores están explorando nuevas técnicas y variedades que pueden prosperar en este desafiante entorno.
El informe también subraya la importancia de seguir innovando. Mientras que el País Tinto ha ganado terreno, ahora siendo la tercera cepa más plantada en Chile, la introducción de Pinot Gris ha sido un éxito inesperado. Esta variedad ha superado los 12 millones de litros producidos, una señal positiva de que la viticultura chilena está encontrando nuevas oportunidades en el mercado global.
Acompañado de un análisis gráfico que muestra la evolución de las cepas más importantes en los últimos cuatro años, el informe ofrece una visión de una industria en transformación, que está aprendiendo a prosperar en medio de la adversidad. Con una mirada hacia el futuro, la viticultura chilena se perfila como un sector resiliente, capaz de reinventarse y seguir siendo un actor clave en la escena vinícola mundial.